En las páginas anteriores, he trazado
un cuadro general, político, económico y cultural con breves pinceladas, para
estar en condiciones de introducirnos en el objeto central de esta breve investigación.
Podemos sintetizarla de este modo: las revoluciones modernas —la francesa y la
inglesa del siglo XVIII— abrieron el camino que facilitaría un reordenamiento
político-institucional, con la propuesta de incorporar la ciudadanía en el
debate de los temas nacionales. Recuperando la vieja tradición aristotélica, el
resultado de ese proceso se denominó “democracia” (de demos = pueblo; cratos = gobierno).
Esta innovación de la sociedad moderna prometió un abanico de posibilidades,
sostenido por los valores expresados con las tres banderas de la Revolución Francesa:
Libertad, Igualdad, Fraternidad.
Sin embargo, contemporáneamente en la Inglaterra
de aquel siglo, sin la posibilidad de suponer las consecuencias, se estaba promoviendo
una revolución de los modos de producir,
conocida después como la Revolución Industrial. Ambas revoluciones
contenían en germen elementos contrapuestos que se harían sentir en el siglo
siguiente. Estas contradicciones marcarían y distorsionarían los sueños
libertarios que habían inflamado muchos corazones. Los movimientos de trabajadores
socialistas denunciaron, en sus comienzos, estas dificultades que dos siglos
después sintetizó Lester C. Thurow. Aunque ya citadas, vuelvo a proponer la lectura de estas
palabras, para comprender esta contradicción:
La
democracia y el capitalismo tienen muy diferentes puntos de vista acerca de la
distribución adecuada del poder y la riqueza. La democracia aboga por una
distribución absolutamente igual del poder político, “un hombre, un voto”,
mientras el capitalismo sostiene que es el derecho de los económicamente
competentes expulsar a los incompetentes del ámbito comercial y dejarlos
librados a la extinción económica. La eficiencia capitalista consiste en la
“supervivencia del más apto” y las desigualdades en el poder adquisitivo.
La comprobación de que
la democracia y el capitalismo tenían una diversidad de objetivos ya estaba
insinuada a comienzos del siglo XIX, y necesariamente debía dar lugar a un
enfrentamiento de clases que puso en evidencia los problemas, limitaciones y
mezquindades de la cultura burguesa. La
sociedad industrial no podía armonizar los modos de la democracia con los del
mercado capitalista. Podemos afirmar, entonces, que la cuestión tema de la gobernabilidad propuesta por la Comisión
Trilateral como un problema que emergía en la década de 1970, era, en realidad,
una nueva complicación intrínseca al capitalismo, existente en su propia
estructuración social desde el origen.
La democracia de
fines del siglo XIX atenuó estas contradicciones y les ofreció un camino
parlamentario para su tratamiento. La incorporación de representantes de los
trabajadores y las leyes sociales que fueron sancionando parecieron atenuar los
conflictos. Esto se producía fundamentalmente en los países centrales. Sin
embargo, una instrumentación del comercio internacional, basado en la división
internacional del trabajo, logró la extracción de riquezas que fluirían hacia
ellos. Estas atenuaron los reclamos salariales pero agudizaron la explotación
de los países de la periferia.
Las dos grandes
guerras hicieron olvidar y postergar el análisis de esta problemática. A partir
de los cincuenta, como ya hemos analizado, el Estado de Bienestar fue un buen paliativo que logró metabolizar el
problema por tres décadas (los treinta gloriosos). Las siguientes colocaron
nuevamente el tema sobre la mesa del análisis político y económico, visto en
páginas anteriores.
Ahora estamos en
mejores condiciones para abocarnos a la investigación sobre cómo fue
evolucionando el tratamiento de este problema y de cómo se ha propuesto
resolverlo desde las usinas del pensamiento neoconservador. Comencemos a pensar
el porqué del título de estas notas que denuncian el peligro corrido hoy por la
democracia: ésta ya no es funcional a los intereses del capital concentrado,
puesto que se ha llegado al convencimiento de que la contradicción entre
sociedad democrática y sociedad de mercado (capitalismo) es insoluble en los
términos actuales.
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