El concepto más
accesible para el ciudadano de a pie
es el de conciencia como un fenómeno individual, que existe y
pertenece a cada persona como ente individual. Esta concepción originaria en un individualismo exacerbado propuesto
por liberalismo clásico. De allí se desprendió un modo de pensar la persona
humana convertida en individuo (indiviso:
que no se puede dividir) como punto de partida del pensamiento. Esto ignora el
largo proceso evolutivo, de carácter fundamentalmente comunitario, cuyo
resultado actual sí es el individuo-persona. Por lo cual, la conciencia tiene
dos dimensiones: la psicológica, propia de cada uno —cuya base es la construcción social existente en su
momento de nacer— y la matriz cultural previa, que define cada cultura[1].
Para profundizar
este tema, propongo una definición del doctor Olivier Fressard[2]:
El imaginario social viene a
caracterizar las sociedades humanas como creación propia de un modo de ser
particular, absolutamente irreducible al de otras culturas. Designa, también,
al mundo singular una y otra vez creado por una sociedad como su mundo propio.
El imaginario social es un “magma de significaciones imaginarias sociales”
encarnadas en instituciones. Como tal, regula el decir y orienta la acción de
los miembros de esa sociedad, en la que determina tanto las maneras de sentir y
desear, como las maneras de pensar. En definitiva, ese mundo es esencialmente
histórico. En efecto, toda sociedad contiene en sí misma una potencia de
alteridad.
Me detengo en estas consideraciones, porque
nos permitirán comprender mejor la distinción, propuesta más arriba por el doctor
Denis de Moraes, respecto de ese modo de pensar las dimensiones
componentes de toda estructura social como partes con una
cierta autonomía. El desarrollo de los procesos económico-financieros de la
sociedad global no da necesariamente como resultado formas culturales,
ideológicas, políticas iguales. Un ejemplo a mano puede ser analizado en la
comparación entre los diversos países europeos y sus formas de vida y pensamiento.
Aunque la Comunidad Europea se maneje con los mismos cánones, la vida de sus
pueblos se diferencia de acuerdo con sus historias: no es lo mismo un italiano
que un alemán, aunque las reglas del régimen económico sean muy semejantes.
Volvamos al doctor Fressard:
Decir que el imaginario es
social significa que constituye un orden de fenómenos sui generis, irreducible
a lo psíquico y a lo individual. El imaginario aquí invocado no es la
imaginación psicológica. A la pregunta “¿quién instituye la sociedad?”, se da
una respuesta auténticamente sociológica: no es obra de un individuo en
particular, jefe o legislador, ni de un conjunto contractual de individuos. Es
obra de un colectivo anónimo e indivisible, que trasciende a los individuos y
se impone a ellos. El imaginario social provee a la psique de significaciones y
valores, y a los individuos les da los medios para comunicarse y les dota de
las formas de la cooperación. Es así, no a la inversa.
Sin embargo, un
académico destacado, miembro del establishment
estadounidense, el doctor Lester Thurow[3] (1938), volvía sobre el tema
del conflicto larvado que los intelectuales triunfantes pretendían
ignorar. En la década de los noventa, plantea con claridad el nudo del
conflicto irresuelto en su libro El
futuro del capitalismo (1996). El tono del análisis contenía una
advertencia respecto de una contradicción que se estaba agudizando, aunque
todavía no hubiera síntomas en superficie. Lo expresaba en estos términos:
La democracia y el
capitalismo tienen muy diferentes puntos de vista acerca de la distribución
adecuada del poder. La primera aboga por una distribución absolutamente igual
del poder político, “un hombre un voto”, mientras el capitalismo sostiene que
es el derecho de los económicamente competentes expulsar a los incompetentes
del ámbito comercial y dejarlos librados a la extinción económica. La eficiencia
capitalista consiste en la “supervivencia del más apto” y las desigualdades en
el poder adquisitivo. Para decirlo de la forma más dura, el capitalismo es
perfectamente compatible con la esclavitud... En una economía con una
desigualdad que crece rápidamente, esta diferencia de opiniones acerca de la
distribución adecuada del poder es como una falla de enormes proporciones que
está por deslizarse.
[1] Sobre el tema se puede consultar en www.ricardovicentelopez.com.ar
mi trabajo El hombre originario.
[2] Graduado en Sociología y Filosofía por la Universidad de París 3,
trabajó sobre la cuestión del relativismo y el universalismo en la ética y en la
política en la Universidad de Sorbonne
Nouvelle; fue Director Ejecutivo de la Fundación para la Ecología Política.
[3] Economista estadounidense político, profesor del MIT. Se doctoró en
Filosofía y Letras en la Universidad de Harvard. Actualmente es decano de la Sloan Business School. Hoy se lo considera uno de los economistas más destacados.
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