El paso siguiente —
es imprescindible estudiarlo— nos permitirá explicar el origen de la
configuración del escenario internacional actual. Para ello, debemos hacer algo
de historia, y analizar un concepto fundamental, no fácil de comprender hoy. Sin embargo, en él radica la explicación de
muchos hechos políticos de la globalización. Este concepto un tanto olvidado (¿ocultado?)
es el que se refiere al Destino
manifiesto de los Estados Unidos. Buscando sus primeros registros, podemos
leer una expresión de la ministra puritana del siglo XVII, Sofi G. (cuyos datos
no se registran en los documentos), en la época en que comenzaban a poblar la
América del Norte los primeros colonos y granjeros llegados desde Inglaterra y
Escocia. En su mayoría, profesaban el puritanismo calvinista. Ella escribía en
1630:
Ninguna nación tiene el
derecho de expulsar a otra, si no es por un designio especial del cielo como el
que tuvieron los israelitas, a menos que los nativos obraran injustamente con
ella. En este caso tendrán derecho a entablar, legalmente, una guerra con ellos
así como a someterlos.
Otra mención de ese concepto aparece en 1839,
en un artículo publicado en la revista Democratic
Review, de Nueva York. Su autor, el periodista John O’Sullivan, fundamenta
en la misma línea argumental la necesidad de demostrar que el pueblo
estadounidense estaba elegido por Dios para expandirse a lo largo de toda
América del Norte:
Por todo el continente que
nos ha sido asignado por la Divina Providencia, para el desarrollo del gran
experimento de libertad y autogobierno. Es un derecho como el que tiene un
árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus
capacidades y el crecimiento que tiene como destino.
Lo determinante de
su posición se sostenía en el mandato divino:
No es una opción para los
norteamericanos, sino un destino al que éstos no pueden renunciar porque
estarían rechazando la voluntad de Dios. Los norteamericanos tienen una misión
que cumplir: extender la libertad y la democracia, y ayudar a las razas
inferiores… La nación americana ha recibido de la Providencia divina el destino
manifiesto de apoderarse de todo el continente americano a fin de iniciar y
desarrollar la libertad y la democracia. Luego, debe llevar la luz del progreso
al resto del mundo y garantizar su liderazgo, dado que es la única nación libre
en la Tierra.
Las ideas de este
periodista no eran nuevas, pero llegaron en un momento de gran agitación
nacionalista y expansionista en la historia de los Estados Unidos. Fueron
adoptadas bajo esa frase que el propio O’Sullivan acuñó, el Destino manifiesto, y se convirtió en la justificación
político-religiosa básica del expansionismo norteamericano. El momento de
aplicar esa concepción había llegado en la disputa por los territorios
mexicanos, por cuya posesión entabla una guerra con México, de 1846 a 1848.
Laura Garza Galindo, periodista de investigación de La Jornada de México, escribe el 31-5-2003 sobre el “Destino manifiesto”:
La expansión territorial y
la concepción imperialista de Estados Unidos se asientan en el siglo XIX. En
1803 el presidente Thomas Jefferson compra Luisiana y Florida… A lo largo de
ese siglo, compran o pelean con otros países; no sólo en la propia América del
Norte desplazan a sus pueblos indígenas, esclavizan o guerrean entre ellos,
sino también salen a lugares lejanos y, con estrategias amigables o no, se
apoderan lo mismo de Puerto Rico, que de Cuba, Panamá, Hawaii, Alaska,
Filipinas, Islas Vírgenes, entre otros ejemplos… Lo esencial es que desde su
origen como nación, la obsesión de Estados Unidos ha sido encontrar la
perfección social mediante un triple compromiso: con la divinidad (cumpliendo
con el destino impuesto por Dios), con la religión (observando una moral
intachable) y con la comunidad (defendiendo su libertad, su seguridad y su
propiedad). A lo largo de su historia, los políticos de esa nación han invocado
el favor de Dios en sus discursos y han insistido en la ‘misión trascendente’
que tienen la obligación de cumplir.
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