Los debates y las
investigaciones del Club de Roma
continuaron. En 1992, veinte años después de la publicación original del
informe sobre Los límites del crecimiento, se publicó una nueva versión a la que se le incorporaron nuevos datos y
nuevas conclusiones, su título adquirió un tono de mayor gravedad: Más allá de los límites del crecimiento,
en la cual se afirmaba que «la humanidad ya había superado la capacidad de
carga del planeta para sostener su población». Veintidós años después, en el
2004, se publica la versión más actualizada e integral que recuperaba las dos
versiones anteriores, con un título que parecía demostrar bastante cansancio: Los límites del crecimiento: 30 años después:
En esta publicación se
aborda la discusión sobre el imparable crecimiento de la población mundial, el
aumento de la producción industrial, el agotamiento de los recursos, la
contaminación y la tecnología. Entre otras cosas se señala que: no puede haber un crecimiento
poblacional, económico e industrial ilimitado en un planeta de recursos
limitados. En 2012 se edita en francés el libro Les limites à la croissance (dans un monde fini), última edición de
Los límites del crecimiento. En esta
edición los autores disponen de datos fiables en numerosas áreas (el clima y la
biosfera, en particular), según los cuales ya estaríamos en los límites
físicos. La conclusión por tanto es menos polémica y los autores no tienen
ningún problema para mostrar, mediante el instrumento de la huella ecológica,
que el crecimiento económico de los últimos cuarenta años es una danza en los
bordes de un volcán que nos está preparando a una transición inevitable. Además
se dedican dos capítulos para proponer posibles transiciones que deben ser
rápidas, apoyados en ejemplos, para evitar el temido colapso. Los autores
destacan la importancia de las inversiones que tendrán que comprometerse con la
necesaria transición hacia una sociedad que consuma recursos sostenibles.
Después de hacerse
cargo de toda esta información se presenta el riesgo de caer en un escepticismo
incurable. Pero no debe ser esa la actitud a asumir. Ello demostraría una
inconciencia fatal y una voluntad de suicidio colectivo (de lo cual ya aparecen
síntomas claros) aunque todo esto funcione en un nivel profundo de nuestras
conciencias, esa negación nos posibilita seguir, como pronostica un viejo dicho
“seguir bailando en la cubierta del Titanic”.
Una reflexión
necesaria en este punto requiere volver con una mirada crítica sobre el
contenido del importante y meduloso informe del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). Corro con todos
los riesgos de que un lector atento ponga en duda mi capacidad y calificación
para osar tan temeraria aventura, sobre todo dada la importancia y prestigio de
la institución que lo realizó. Diré, con la modestia que pueda estar a mi
alcance, que creo que sólo con una actitud emancipadora de los saberes dominantes
se podrá abrir un camino que, sin ignorar de ningún modo los datos de los
Informes, abra una brecha por la cual vislumbrar una alternativa posible.
En este punto voy a
introducir en el ruedo a Mateo Aguado cuyos avales de académico e investigador
me cubren en esta osadía. Es Licenciado en Biología por la Universidad
Complutense de Madrid (UCM); Maestría Universitaria en Cambio Global por la
Universidad Internacional Menéndez Pelayo; Maestría en Medio Natural, Cambio
Global y Sostenibilidad Socio-ecológica por la Universidad Internacional de
Andalucía (UNIA); e Investigador del Laboratorio de Socio-Ecosistemas de la
Universidad Autónoma de Madrid. Nos encontramos con la opinión de un
especialista quien publicó un artículo que tituló Algunas ideas sobre capitalismo e indignación (febrero 2013) ante
el cual debemos tomar nota que introduce un concepto en el análisis que no
aparece en el Informe del MIT: capitalismo:
No sólo estamos ante una
crisis económica, financiera, social y ecológica, sino que nos encontramos
fundamentalmente ante la crisis sistémica del capitalismo, un modelo cuya única
razón de ser es el crecimiento económico ilimitado y el consumo social en masa
que lo alimenta. Somos seres finitos que vivimos en un planeta finito. Rescatar
la lógica de nuestra finitud acomodando nuestras acciones a las leyes de la
termodinámica y a la biosfera en la que habitamos significará -más pronto que
tarde- romper con el predador sistema que hemos engendrado.
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